Buscar este blog

domingo, 5 de mayo de 2013

PRECIOS MUY ASEQUIBLES por Salvador Moret


Después de tantos años con la tendencia a la baja, Pablo reflexionaba y no salía de su asombro sorprendido de no haberse percatado del hecho durante todo ese tiempo.
O tal vez sí era consciente de ello. Lo que ocurre es que, también él, encontró siempre más cómodo mirar hacia otro lado y no prestarle atención a la cuestión.
El acontecimiento no era otro que a pesar de la carestía de la vida que aumentaba cada año – y también sus ingresos, con lo que se consideraba compensado – algunos artículos, principalmente los textiles, no solamente no aumentaban sus precios, sino que bajaban. Y bajaban a importes incomprensiblemente ridículos. Unos pantalones por quince euros, por ejemplo.
No hacía falta ser muy avezado para entender que algo no cuadraba. Porque, cuando Pablo enviaba un paquete pequeño por correos, solo el envío le costaba un par de euros.
Con voluntad de profundizar en el desfase que saltaba a la vista y golpeaba con fuerza al sentido práctico, Pablo habría encontrado rápidamente las causas de esa llamada de atención. Porque, con una pequeña regla de tres, y siguiendo con el ejemplo de los pantalones, enseguida habría comprendido el descuadre comercial. Solo era cuestión de tener en cuenta los costes de la materia prima, la confección, el transporte, el beneficio del fabricante, el del intermediario y el del comerciante, para llegar a una única conclusión. A saber: alguien de todos ellos perdía dinero.
Los perdedores, nadie lo ignoraba, tampoco Pablo, eran los de la mano de obra barata. Condiciones laborales rayando en esclavitud. Sueldos de vergüenza. Escasez total de derechos humanos. Ausencia de contratos laborales; sin descanso semanal; sin vacaciones; catorce o dieciocho horas de trabajo diario.
Pero comprar a buen precio ahuyenta preocupaciones y, ¡quién se queja de lo que le beneficia!
Y como decíamos, durante todos esos años, Pablo, como casi todos a su alrededor, no se ocupó en plantearse esa regla de tres. Y eso que, de vez en cuando aparecían voces que denunciaban las causas de esas aberraciones, pero pocos eran los que las escuchaban. Como tampoco se hacía mucho caso de las advertencias que se vertían en la opinión pública acerca de los componentes dañinos, tóxicos las más veces, de esas prendas.
Al parecer, tanto Pablo como los de su entorno, que a pesar de la toxicidad de esas prendas siguen comprándolas, sufren del mismo mal que los fabricantes: la codicia. Éstos, que sin tener en cuenta las condiciones infrahumanas de sus empleados solo se ocupan de los beneficios. Y aquellos, que con tal de comprar barato, no solamente no les importa las circunstancias de los empleados, sino que es tan elevado el grado de egoísmo, que tampoco les afecta poner en riesgo su salud con tal de gastar menos.
Para que encima critiquen a los explotadores.
Solo un suceso gravísimo en el que fallecieron cerca de quinientas personas en el desplome de una de esas fábricas en las que los empleados, hacinados, consumían sus vidas, sirvió para que Pablo despertara a la realidad y decidiera cambiar sus hábitos de compra.
Aunque, cabe preguntarse, ¿por cuánto tiempo?Después de tantos años con la tendencia a la baja, Pablo reflexionaba y no salía de su asombro sorprendido de no haberse percatado del hecho durante todo ese tiempo.
O tal vez sí era consciente de ello. Lo que ocurre es que, también él, encontró siempre más cómodo mirar hacia otro lado y no prestarle atención a la cuestión.
El acontecimiento no era otro que a pesar de la carestía de la vida que aumentaba cada año – y también sus ingresos, con lo que se consideraba compensado – algunos artículos, principalmente los textiles, no solamente no aumentaban sus precios, sino que bajaban. Y bajaban a importes incomprensiblemente ridículos. Unos pantalones por quince euros, por ejemplo.
No hacía falta ser muy avezado para entender que algo no cuadraba. Porque, cuando Pablo enviaba un paquete pequeño por correos, solo el envío le costaba un par de euros.
Con voluntad de profundizar en el desfase que saltaba a la vista y golpeaba con fuerza al sentido práctico, Pablo habría encontrado rápidamente las causas de esa llamada de atención. Porque, con una pequeña regla de tres, y siguiendo con el ejemplo de los pantalones, enseguida habría comprendido el descuadre comercial. Solo era cuestión de tener en cuenta los costes de la materia prima, la confección, el transporte, el beneficio del fabricante, el del intermediario y el del comerciante, para llegar a una única conclusión. A saber: alguien de todos ellos perdía dinero.
Los perdedores, nadie lo ignoraba, tampoco Pablo, eran los de la mano de obra barata. Condiciones laborales rayando en esclavitud. Sueldos de vergüenza. Escasez total de derechos humanos. Ausencia de contratos laborales; sin descanso semanal; sin vacaciones; catorce o dieciocho horas de trabajo diario.
Pero comprar a buen precio ahuyenta preocupaciones y, ¡quién se queja de lo que le beneficia!
Y como decíamos, durante todos esos años, Pablo, como casi todos a su alrededor, no se ocupó en plantearse esa regla de tres. Y eso que, de vez en cuando aparecían voces que denunciaban las causas de esas aberraciones, pero pocos eran los que las escuchaban. Como tampoco se hacía mucho caso de las advertencias que se vertían en la opinión pública acerca de los componentes dañinos, tóxicos las más veces, de esas prendas.
Al parecer, tanto Pablo como los de su entorno, que a pesar de la toxicidad de esas prendas siguen comprándolas, sufren del mismo mal que los fabricantes: la codicia. Éstos, que sin tener en cuenta las condiciones infrahumanas de sus empleados solo se ocupan de los beneficios. Y aquellos, que con tal de comprar barato, no solamente no les importa las circunstancias de los empleados, sino que es tan elevado el grado de egoísmo, que tampoco les afecta poner en riesgo su salud con tal de gastar menos.
Para que encima critiquen a los explotadores.
Solo un suceso gravísimo en el que fallecieron cerca de quinientas personas en el desplome de una de esas fábricas en las que los empleados, hacinados, consumían sus vidas, sirvió para que Pablo despertara a la realidad y decidiera cambiar sus hábitos de compra.
Aunque, cabe preguntarse, ¿por cuánto tiempo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario