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viernes, 24 de mayo de 2013

ADVERTENCIAS por Salvador Moret


Sobre las conciencias de los españoles, gracias a sectores que no dejan de mostrar interés y voluntad para que no se olvide, la guerra civil continúa estando presente en nuestro quehacer diario como si todavía no hubiera terminado.
Lo trágico de la cuestión es que aquellos que tienen los medios y la obligación de no propagar el fuego, precisamente por los puestos que ocupan, son los que más se afanan en extenderlo.
El puesto de responsabilidad que lucen debería de ser motivo suficiente para que en sus discursos tuvieran exquisito cuidado y no emplearan palabras que relacionan la actualidad con aquellos años tan nefastos para todos nosotros.
Sería una muestra de cordialidad y sentido común.
Pero, al parecer, estos personajes carecen de lo uno y de lo otro. Lo comprobamos en las arengas que a voz en grito nos lanzan de continuo con frases que nos remiten a los años previos a nuestra contienda.
Llama la atención los símiles que emplean comparando la actualidad con los años treinta del siglo pasado previos al enfrentamiento. Suenan como veladas amenazas, y a veces no tan veladas, de lo que puede repetirse. Y por el tono que emplean es fácil entrever sus exigencias: quieren compensaciones.
Son los intransigentes de siempre, dispuestos a romper la baraja si los demás no acatan su voluntad.
Pero no nos confundamos, porque nada se repite, sino que en España es una continuidad. Motivo suficiente para temer la escalada de agresiones verbales que estamos viviendo.
Porque, ¿cuándo hemos tenido sosiego en suelo patrio? Ochocientos años luchando contra el Islam, y no lo olvidemos, no solamente luchaban contra este enemigo común, sino también, soterradamente, entre los mismos cristianos.
Y tantos años a la greña, crean hábito.
Cuando por fin se acabó la contienda, como lo que mejor sabían hacer era guerrear, crear inquina y maquinar incertidumbre, a veces por una causa equivocada y otras por mezquinos intereses, el caso es que nunca perdieron la costumbre. Hábito del que todavía no nos hemos despojado.
¿Y qué hacen las autoridades actuales ante esas exaltaciones?
¡Ay, las autoridades! Pues muy sencillo: hacen lo que han hecho siempre desde aquel entonces. Ellos mismos son los que más a menudo, pese a ocupar puestos con suma responsabilidad, lanzan amenazas y desafían a la prudencia y a la cordialidad constantemente. Con ello enfurecen a una gran mayoría de la población, y al mismo tiempo creen contentar a una pequeña minoría, sus siempre fieles servidores, que sueñan en el país de Jauja.
Por lo demás, las autoridades hacen como han hecho siempre: esperar a que escampe. Ellos, que son precisamente los que tienen la obligación de poner freno a los desmanes, oyen campanas y deciden no hacer nada, porque, ¿para qué se van a enfangar en un asunto tan complicado y que puede traerles tantos inconvenientes?
No es extraño, pues, que surjan voces, y cada vez en mayor número, que adviertan del peligro de no tomar medidas ahora que todavía es tiempo.

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