Intentando hacer memoria para
situar el inicio de la decadencia moral que nos está tocando vivir, caigo en la
cuenta que ese no es el problema actual, sino que no sabemos cómo puede
finalizar.
Es preocupante ver cómo unos
políticos son acosados por la calle y hasta a las puertas de sus viviendas.
Pero aun es mayor el estupor que causa ver cómo pasan los días y no hay nadie
de los que se supone tienen la obligación de guardar y hacer guardar el orden
que ponga remedio a ese desorden.
No hace mucho veíamos a unos caraduras,
que para más humillación se identifican como políticos, o sea que sus salarios
provienen de las arcas públicas, cómo entraban en los supermercados, cargaban
las cestas y se marchaban sin pagar. Y además, agredían al personal trabajador.
En la actualidad, y desde hace
unos cuantos años, no pasa un solo día que no nos despertemos con alguna
gansada de algún personaje público. Puede ser un juez, un concejal, un
sindicalista, un alcalde, un presidente de comunidad, o el hijo, o un sobrino,
o un amigo, o la cuñada. El caso es que el abuso de los que están en posición
de dar ejemplo, está a la orden del día.
Y nadie hace nada para remediarlo.
Sí, es cierto que se habla mucho
sobre esas cosas. Y se escribe mucho también. Pero ahí termina la acción. Y eso
desespera al hombre de la calle.
Y como esa sensación de abandono y
desprotección que siente el ciudadano medio viene de muy antiguo, la
desinhibición de las autoridades reafirma la creencia de que la ocupación de
los políticos es vivir por encima de sus posibilidades y hacerse ricos a costa
del pueblo.
¿Ocuparse de los desalmados?
¿Hacer cumplir la ley? Pero, ¿qué fuerza moral puede fustigarles a hacer
cumplir la ley cuando ni siquiera ellos la cumplen? Esa es la impresión que se
tiene en la calle.
Afortunadamente, en el pueblo
llano todavía existe más cordura y sensatez de la que cabría pensar. Y honradez
también. Pero todo tiene sus límites, porque los despotismos, como todo lo que
es excesivo en la vida, acaban mal.
Los comportamientos que estamos
viendo últimamente de atosigamiento a los que no piensan como ellos son muy
preocupantes. Los organizadores de estas cargas son tipos que bajo la bandera
de indignación, solo pretenden pescar en las aguas revueltas, sin percatarse, o
tal vez precisamente por eso, que su proceder no hace más que emponzoñar la convivencia.
Parece increíble, pero a juzgar
por ciertas conductas y maneras, es fácil deducir que existe gente que piensa
que cuanto peor, mejor.
Y para neutralizar ese
desconcierto está la autoridad; para velar por el ciudadano, que es la gran
mayoría. Pero al parecer, está en paradero desconocido.
Y si el gobierno no acomete su
obligación y pone orden en la calle, no será extraño que en un futuro no muy
lejano, aquellos prepotentes que se sienten bien en medio del caos, exijan a
los que no comulgan con sus teorías, se identifiquen con una cruz en la solapa,
o una estrella de David, que para el caso es lo mismo.
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