En aquel entonces mucha gente se alegraba cuando ETA asestaba un golpe. Tal
vez algunos lo recuerden todavía. Las víctimas solían ser militares o miembros
de las fuerzas del orden.
De ello no hace tanto tiempo, es cierto, pero la verdad es que parece que
haga una eternidad. Eran los últimos años de Franco.
Sí, sí; por extraño que nos suene, había gente que se alegraba de
aquellos atentados. Y se alegraban porque, inocentes, se imaginaban que aquello
era una lucha contra Franco, y cuando se acabara su régimen ETA se disolvería y
viviríamos en paz.
Después llegó la desilusión. Aquellos que veían a los terroristas como
unos valientes que luchaban contra la dictadura, al acabar ésta, perplejos y
desorientados, no entendían por qué los asesinos seguían disparando.
Esos confusos vecinos eran los disconformes con la dictadura que,
apocados y miedosos, no se atrevían a levantar la voz contra el régimen y
esperaban que otros hicieran el trabajo sucio.
No tardaron en percatarse de que los fines de los asesinos eran otros. Y
las consecuencias ya las conocemos.
Pero, a pesar de esta historia macabra que todavía fluctúa en nuestras
retinas, llegan ahora los indignados, con la última hornada de los anti
desahucios, y surge esa marea de gente alborotadora, camorrista y acosadora,
siempre dispuesta a provocar el caos con sus frases que apabullan a los
políticos y a las instituciones, y que tanto agradan a los callados y medio
escondidos descontentos, que, como antes, esperan que alguien les resuelva sus
frustraciones y reveses.
Cierto que hay descontentos; aunque probablemente no son muchos más que
en otras épocas. Eso sí, el aire que respiramos actualmente está verdaderamente
emponzoñado.
Que existe malestar en gran parte de la población es evidente, porque mientras
muchas economías se tambalean, otras, que disfrutan de privilegios no
alcanzables a todos los mortales, engrosan sus arcas privadas con métodos no
siempre lícitos.
Y los ojos de estos indignados se giran hacia los políticos y banqueros
principalmente, quienes, con sus abusos de poder y escándalos financieros,
mantienen a la población en vilo. Un caldo de cultivo que sirve para que los
camorristas, los acosadores y los partidarios del desorden se crezcan y cada
vez haya más gente dispuesta a participar en sus algaradas.
Un aldabonazo en las conciencias de políticos y banqueros; una
advertencia para que pongan remedio a sus desmanes. Unos desmanes que hasta el
momento, el hombre de la calle no aprecia rectificación alguna por ninguna parte, como tampoco ve el
menor indicio de que se vayan a tomar medidas para subsanar esos desequilibrios.
Y esa indiferencia de los políticos y banqueros hacia el pueblo es lo que
a éste le enfada, y en grado sumo.
Es posible que una vez más, como siempre ha sido su proceder, los políticos
y los banqueros confíen que las aguas agitadas que hoy convulsionan la
convivencia, con el correr de los días se apacigüen. Pero con ese proceder; con
esa política de mirar hacia otro lado o levantarse de hombros como si todo
estuviera en orden, puede costar un disgusto.
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