Muy a menudo me he preguntado el por
qué de las diferencias sociales entre las naciones del norte de Europa, y también
de América, y las del sur, respectivamente.
Y a continuación me acuden una
serie de respuestas la mar de simplonas: la corrupción de los políticos; la
intolerancia generalizada; la prepotencia de las autoridades, y así muchas
otras gansadas que todos repiten con aire aburrido ante la realidad a la que
hace mucho tiempo ya asumieron como inevitable.
Pero si profundizo en la pregunta
y me planteo el motivo, es decir, la causa de por qué están así las cosas, las
respuestas me llevan directamente al pasado. Porque esas diferencias no son de
hoy, sino desde hace siglos. O sea, que necesariamente tenemos que retroceder
en el tiempo unos cuantos centenares de años.
Por ejemplo, a estas alturas
nadie duda de que en América latina esté instalada la corrupción institucional,
mientras que en el norte, no vamos a ocultarlo, puesto que también tienen sus
lances y puñaladas bajo capa, desconocen aquello que han popularizado los
países del sur como repúblicas bananeras.
Y el razonamiento que se me
ocurre es elemental: algo tendrá que ver quiénes colonizaron el norte y quiénes
colonizaron el sur del continente americano. Nosotros, los españoles, nos
sentimos muy orgullosos de ser los descubridores y conquistadores de tan vastos
terrenos, y es así debido a las doctrinas que nos han inculcado durante
generaciones.
Y con ese orgullo seguimos
viviendo, aunque creo que jamás nos haya aportado algún beneficio. Al español
de base, y desde el inicio, a excepción de aquellas escapadas a hacer las
américas, más bien le ha perjudicado. Aunque analizar este punto nos llevaría
mucho tiempo.
Curiosamente, es coincidente que
en Europa suceda exactamente el mismo fenómeno de imagen de informalidad y
formalidad entre el sur y el norte.
Coincidencia que no puede ser
casualidad. Y rebuscando en el pasado, recuerdo que a los españoles siempre se
nos transmitió la idea de que las intenciones de aquella gente de la España en
decadencia que emigraba a América, fueron principalmente cristianizar a aquellos
infieles y pobres infelices que vivían alejados de la gracia de Dios.
En cambio, los europeos del norte
siempre reconocieron abiertamente y sin tapujos que los aventureros que
partieron hacia América huían de la miseria del entorno que les vio nacer, y que
sus intenciones no eran otras que probar fortuna y mejorar sus maltrechas
economías. Tenían poco que perder, y buscaban el bienestar que sabían nunca
encontrarían en su patria.
Notable diferencia de
motivaciones. O tal vez no, que probablemente también los españoles buscaban
las mismas mejoras económicas que los otros, solo que lo encubrían con fines
más filántropos. O, posiblemente, no fueran ellos quienes lo ocultaran, sino las
autoridades, que por aquello de lavar su imagen se afanaron en darle unas
pinceladas de color amable para que siguiéramos viendo una realidad
distorsionada.
Y muy probable que con esa deformación
de la realidad comenzara la pestilencia. Al menos los hechos hablan en esa
dirección.
La cuestión es que donde los muy
católicos españoles dejamos las semillas, éstas germinaron y dieron sus frutos.
Y aquellos otros pueblos que se asentaron en el norte de América, profundamente
cristianos también, pero no católicos, los hechos nos demuestras que han tenido
otra evolución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario