Prevenir es
curar, decían antes.
En España llevamos
una larga temporada de mala racha. También en otros lugares, pero éstos como nos
quedan lejos nos afectan menos. En cambio, por lo que sucede aquí, andamos más
que alarmados.
Y también
dispuestos a dar soluciones. Por algo somos el país de los cuarenta y seis
millones de reyezuelos aspirando a dar lecciones de lo que no conocemos.
Pero, a lo
que íbamos. Nos aprieta el zapato y lloriqueamos; y juramos y maldecimos
nuestra mala suerte; y buscamos culpables, generalmente el gobierno; y le
maldecimos como causa de todos nuestros males.
Nada de
extraordinario.
Pero, como no
hay mal que cien años dure, también esta mala racha pasará. Y eso nadie lo duda,
porque la vida se compone de ciclos, y al igual que un carrusel, unas veces
estamos arriba y otras abajo.
Pero lo
olvidamos. Sí, lo olvidamos pavorosamente rápido, y eso explica por qué cuando
nos va bien nos desentendemos y no nos ocupamos de poner los medios para evitar
la exasperación cuando lleguen de nuevo las vacas flacas.
En su lugar,
pasamos a disfrutar alegremente de la vida como si el mal trago no hubiera
existido, y una vez superado el disgusto, cuando en el horizonte despunta una
pequeña luz de esperanza, con gran audacia y sobrada ligereza, nos lanzamos de
nuevo a la aventura sin que las malas experiencias nos sirvan de lección
Ha sucedido
siempre así, y ya son muchas las veces que se han repetido las mismas escenas.
Por eso la
crisis nos pilla siempre con el pie cambiado. Parecemos torpes inexpertos, incapaces
de aprender del pasado.
Muy al
contrario que en otras sociedades más pragmáticas, esas que nosotros admiramos
y despreciamos por igual. Allí, cuando las aguas turbulentas se apaciguan y
nuevos vientos traen la confianza, no suelen lanzarse al consumo descontrolado,
porque es el momento de protegerse y prepararse para el futuro. No siempre lo
consiguen, bien lo sabemos, pero aciertan más que nosotros. Eso también lo
sabemos.
En ese momento
es cuando ellos ponen los medios para que la nueva crisis que, sin ninguna duda
volverá, no les pille desprevenidos y les dé de pleno en la cara.
O sea, en
tiempos de bonanza trabajan para evitar la total tragedia. Muy distinto a
nuestras costumbres. Y, entre otras gracietas, con pinceladas de despecho decimos
de ellos que son muy parcos en imaginación; que como no saben improvisar tienen
que programar con antelación. Y lo decimos con aires de superioridad, claro. Y
hasta les miramos con compasión.
En cambio
nosotros, orgullosos y casi con soberbia presumimos de un alto grado de
imaginación, siempre prestos a improvisar ante cualquier sobresalto o
contratiempo, y no nos damos cuenta que lo que hacemos no es otra cosa que
poner parches continuamente.
Cabría preguntarnos
qué sociedad está más necesitada de imaginación, aunque presumir de nuestra
capacidad de improvisar no queda tan claro, porque, como decíamos antes,
prevenir es curar.
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