Dime de qué
presumes y te diré de qué careces.
Y no es
casualidad que cada vez que escucho a los políticos decir lo demócratas que son
me acuerdo del refrán. Y lo escucho con tanta frecuencia que casi siento
vergüenza ajena.
Seguramente insisten
tanto y lo repiten tantas veces que uno piensa que su intención no es otra que
convencernos. Aunque las malas lenguas añadan que su insistencia es más para
convencerse a sí mismos.
Y, a tenor de lo que nos rodea, cabe pensar
que estos políticos han conseguido hacernos creer que vivimos en democracia. O
al menos, lo mismo que nos hacen ver que ellos sí creen ser demócratas, dan a
entender que creen que lo creemos.
Sin embargo,
nada más lejos de que estemos disfrutando de una verdadera democracia. Comparando
la nuestra con las más avanzadas, aunque éstas tampoco sean siempre plenas
democracias, es cierto que consiguen despertar nuestra envidia, porque las
diferencias no son moco de pavo.
Comenzamos
con las votaciones y las listas cerradas. ¡Qué es eso de elegir a unos señores de
los que desconocemos aptitudes y méritos! ¿Hemos de votarles solo porque
figuren en la lista detrás de su jefe?
Sin llegar a
ser mal pensado, en el momento recapacitemos un poco se nos puede ocurrir que
esos personajes harán en cada momento lo que les diga su jefe, que para eso lo
es, bien sea por agradecimiento o por sumisión,
Tras ese
primer paso en falso, la desconfianza nos invade. Si el comienzo es un error,
¿cuántas más desgracias no nos podrán caer encima a continuación?
Pues, eso. Y además,
si algo comienza torcido, ya sabemos, enderezarlo exigirá mayores esfuerzos. Y mayor voluntad, claro está.
O sea, si la
primera piedra no se sostiene sobre un suelo firme y sólido, las demás, difícil
será que se mantengan en pie mucho tiempo.
Resulta que
hemos elegido a un señor con una cohorte de agradecidos para que durante cuatro
años hagan y deshagan a su voluntad. Porque ahí comienza la tragedia: el
programa con el que nos embaucaron es posible que se cumpla solo a medias. O no
se cumpla en absoluto. O se cumpla al contrario de lo que anunciaron.
-
¡Son las circunstancias las que nos obligan! – se
justificarán.
Y durante
cuatro años dejamos en manos de ese señor y sus subordinados todos aquellos
asuntos que van a decidir nuestro futuro sin que se molesten en consultarnos, como
por ejemplo, si es conveniente cambiar a los jueces del poder judicial; o en
qué nos puede favorecer si envían tropas a Medio Oriente; o por qué se reducen
los salarios de los administrados; o por qué se construyen más carreteras en
detrimento de los ferrocarriles, o al contrario. Deciden, sin consultarnos,
aspectos tan esenciales como qué estudiarán nuestros hijos en la escuela; o
algo tan importante como el sistema sanitario.
Todo eso y
mucho más, en un derroche de desprecio, lo decide un señor junto con su tropa
durante cuatro años sin dirigirse al pueblo para nada.
Hasta las
próximas votaciones que volverán a embaucarnos y hacernos creer lo demócratas
que son.
Como para que
algunos todavía no crean, que cada pueblo tiene el gobierno que se merece.
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