No juzgues y
no serás juzgado es un consejo que invita a ser prudente en las expresiones y
al que, lamentablemente, hacemos poco caso. La misma iglesia lo ha propagado
mucho. Por cierto, como otros muchos consejos que por un oído nos entra y por
otro nos sale.
No levantar
falsos testimonios, se decía también. Qué cosas. Hoy en día si no tienes un
chisme que contar de alguien del entorno, es que no eres bien recibido en el
grupo. Y hasta te tachan de aburrido; o de no estar al día o cosas de ese
estilo.
Y no digamos
de no robar. Dios mío, pero si ahora roba hasta quien no tiene ocasión. ¡Ah! Y
respetar a los padres; los pobres, con la de injurias con las que se les
acribilla a diario. O aquello de no desear la mujer de tu prójimo. ¡Válgame
Dios, si es una cuestión que nos desborda! Aunque cabría añadir, ni el marido
de tu prójimo.
Todo esto
viene a colación de una noticia que aparecía hoy en el periódico. Decía así:
“El Vaticano pide que se proteja la libertad de religión”.
Nada en
contra, por supuesto. Y además, muy loable esa petición. Lo que viene a corroborar
que uno suele pedir ayuda y protección cuando está en desventaja; cuando sus
condiciones son desfavorables. Solo entonces. Porque cuando el viento viene a
favor, lo más común es olvidarse del necesitado; del pobre que solo alcanza a
las migajas, a ese que se le mira con indiferencia o desprecio.
No hace
tanto, muchos todavía lo recordarán, la Iglesia disfrutaba en España de influencia
abrumadora y de hegemonía envidiable. Por no decir opresora. Y era bien visto y
aceptado por todos.
Nadie se
oponía. Y nadie reclamaba acceso a otras creencias. Y tampoco la Iglesia ofrecía
oportunidad de apertura. ¡Qué digo! La impedía. Tal era así que se desconocía
que existieran otras religiones.
Aunque esto
no era exactamente así. Es posible que la gran mayoría lo desconociera, pero
existían pequeños grupos que sí sabían de otras corrientes del cristianismo, y
seguramente también de otras más allá del cristianismo.
Esas
minorías, a escondidas practicaban sus ritos religiosos. Hay que ver lo que
hace la fe. Porque hay que decir que los participantes eran perseguidos y
encarcelados.
Sencillamente,
más allá de la Iglesia Católica Romana no se permitía ningún rezo, aun siendo
al mismo Dios. Hay que ver lo que hace el ser humano.
Las sotanas
estaban en su apogeo. Iban, venían, hacían. Estaban en todas partes,
organizando, dirigiendo, ordenando. ¡Qué tiempos aquellos!
Con el viento
a favor, ¿quién se acordaba de ayudar a sus hermanos los protestantes?
Y cuando los
mencionaban era para resaltar sus maldades, y para rogar a Dios que sobre sus
cabezas cayeran los peores castigos.
Los tiempos
han cambiado y pocos recuerdan aquellas atrocidades. Fueron actos que mejor no
mencionar; echar tierra de por medio; pasar página. Cualquier cosa excepto
recordarlo, porque ahora que la Iglesia no disfruta de aquellos privilegios,
esos recuerdos podrían traer un sonrojo junto a sus peticiones de protección a
la libertad de religión.
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