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miércoles, 11 de enero de 2012

DIFERENCIAS (Salvador Moret)

Es un hecho que cuando llegamos a este mundo, no importe dónde ni en qué circunstancias, lo único que nos acompaña es la inocencia. Ahora bien, desde ese mismo momento, el entorno comienza a marcar las diferencias.
La gente de un país que desde muchas generaciones vive en democracia, despliega una serie de hábitos muy distintos, y a veces hasta opuestos, de aquella otra gente que desde generaciones no ha conocido otra cosa que regímenes totalitarios, o peor aún, aquellos otros cuyos principios son la corrupción más descarnada.
Los ciudadanos de esos países libres, saben que para mantener su libertad tienen que ocuparse en ello día a día, porque son conscientes de que son ellos mismos los guardianes del orden, sin levantarse de hombros ante cualquier atropello aunque no les afecte directamente. Aprenden a respetar a los demás y también a enfrentarse a aquellos que buscan el abuso.
El ciudadano ambientado en un régimen totalitario, aprende a no mezclarse en asuntos que no van con él. Así, cuando, por ejemplo, ve que alguien está rompiendo un árbol, su inmediata es no hacer ni decir nada, pasar de largo y pensar que para eso está la policía.
Los pueblos verdaderamente libres se afanan por mantener su forma de vida no permitiendo que los desaprensivos se apoderen de su libertad, conscientes de que si se despreocupan aquellos lo conseguirán y entonces no habrá remedio.
Es al término que se ha llegado en esos países donde la corrupción ha emponzoñado hasta la médula de la sociedad. Allí solo reina la anarquía; donde el mal es todo lo que ofrece el entorno; donde el caos se ha adueñado de todo.
Ha llegado a tal extremo la perversión en estos lugares que el ciudadano medio ya no tiene protección alguna ante los malvados que, desprovistos de todo principio ético y moral, su vida consiste en vivir de la extorsión, arruinando familias sin remordimiento alguno, y dispuestos, sin el menor resquicio de conciencia, a matar por encargo a cambio de cuatro monedas.
La vida no les ha enseñado nada decente, por lo tanto no se les puede pedir que actúen con dignidad y decencia.
Y desde una posición cómoda y confortable, a uno le parece mentira que por esa pequeña diferencia de nacer aquí o quinientos kilómetros más allá, el individuo pueda tomar direcciones tan opuestas. Y sin embargo, es así.
Lo triste de esta historia es que pueblos con democracia prendida en su ADN son muy pocos, y no crecen, mientras que los otros son más, y estos sí crecen.
Que santa Lucía les conserve la vista a esos que todavía confían en arreglar el mundo solo con buenas palabras.

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