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sábado, 5 de noviembre de 2011

LIBERTAD DE PRENSA (Salvador Moret)

Allá por los años cincuenta, Alfredo era un joven con la cabeza llena de ideas encaminadas todas ellas a cambiar el mundo. Como cualquier joven en no importa qué época, vaya.
Una de ellas, de las más importantes, según creía él entonces, era la libertad de prensa que, en su desesperación, lamentaba su inexistencia en España.
Y como la carencia de lo que se desea aumenta el valor de lo deseado, Alfredo estaba convencido de que todos los males de España se acabarían el día que los españoles pudiéramos acceder a las noticias desde un plano neutral. O sea, el suceso visto por los que lo defienden… y por los otros.
Pero eso a Alfredo, en aquellos años cincuenta, le parecía una quimera.
Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que se vislumbraran indicios en esa dirección. Y un día, inesperadamente, se abrió la puerta de la esperanza. Y no solo Alfredo, sino muchos como él que tuvieron los mismos sueños y deseos, creyeron que desde ahora las cosas serían muy diferentes. Y creyeron también que habían alcanzado la meta, cuando en realidad se hallaban en el punto de salida.
Pero en aquel momento Alfredo no lo percibió así. Para él se había logrado aquello tantas veces añorado, como era la libertad de prensa. Al principio le pareció lo más grandioso del mundo. ¡Qué gozo poder elegir quién me cuenta los hechos! – pensaba.
Y para estar seguro de las diferencias compraba los diversos periódicos que se publicaban. Y, ¡qué gozada! Lo que él siempre soñó ya era un hecho.
Pero, ironías de la vida. A no tardar una cierta sensación de desengaño comenzó a sobrevolar por su cabeza. Aquello no era lo que él se imaginó en su día de la libertad de prensa. Primero las noticias parecían escritas por la misma mano, y más tarde cada periódico comenzó a decantarse en una dirección determinada.
Esta tendencia divergente aumentaba con el tiempo hasta que llegaron a ser opuestas totalmente. Naturalmente a Alfredo no se le escapaba que algún periódico no era limpio, o tal vez ninguno. Las noticias se tergiversaban descarada y tendenciosamente, tanto que a Alfredo comenzaron a darle náuseas los periódicos.
Muy al contrario de cuando aun era un muchacho con deseos de cambiar el mundo, Alfredo ahora deseaba que no cambiara nada, consecuencia de las experiencias acumuladas a través de los años.
Y en cuanto a la libertad de prensa, acabó desengañado por completo, convencido de que los que escriben son unos manipuladores. Y no es que añorara la época de su juventud, puesto que la consideraba injusta, pero la manipulación actual le parecía mucho más perversa que la falta de libertad de prensa.

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