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miércoles, 3 de agosto de 2011

LA HISTORIA DESFIGURADA

Hacía años que Isaac no escribía nada sobre la guerra civil.

- Es tanto lo que se ha escrito y tan distorsionado – decía – que me aburre.

Y así dejó pasar el tiempo desoyendo las exageraciones que se decían. Él, que era ahora un anciano, presumía de recordar su niñez con suficiente lucidez como para discrepar de todas las aberraciones que se vertían en periódicos y tertulias. ¡Qué de sandeces tenía que oír! ¡Y qué modo de confundir a la gente!

¿O simplemente era mala intención?

Ante la duda, y cansado de escuchar tanta desproporción, se planteó aportar su propia visión de los acontecimientos, considerando que como testigo de excepción, su versión sería bien acogida y pondría freno a los despropósitos que precipitaban a la historia por caminos de engaño.

Craso error el suyo. Isaac había dejado pasar demasiado tiempo y ahora la gente ya no distinguía el original de la copia.

Por eso, cuando él levantó la voz y quiso convencer a la gente de que sus experiencias como testigo de la realidad discrepaban tanto de lo que la mayoría ya asumía como verdad, se enfrentó a ese fenómeno que se conoce como que no hay una sola verdad.

Ya podía gritar que el origen de la guerra fue, más que de ideologías, oportunidad para desquites personales, envidias familiares, venganzas largos años guardadas en el fondo de los corazones, odios almacenados en el desván de los antepasados… la gente sentía necesidad de saldar rencores ancestrales. Y también otros más actuales.

Esa era la visión que Isaac guardaba de su niñez y así lo publicaba, pero, pobre, nadie le hacía caso y hasta, entre pitos y chascarrillos sobre su desfase de la realidad, la gente, como mal menor, acabó atribuyéndole senectud.

Isaac volvió a su estado pasivo y dejó de escribir, esta vez descorazonado.

- Yo creía que a mi años ya no me quedaba nada más que aprender sobre la condición humana – reflexionaba el anciano – pero cuán cierto es aquello de que nunca es tarde, porque aunque parezca increíble, a mi edad he aprendido la mayor lección de mi vida.

No se enfureció Isaac por la decepción. A su edad era suficiente inteligente para aceptar los desengaños con elegancia. A fin de cuentas, la de ahora era una faceta más del comportamiento del hombre, que prefiere aceptar como verdad lo que mejor se adapta a su estado pasivo. ¿Para qué pensar?

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