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miércoles, 22 de diciembre de 2010

LOS POLÍTICOS

Con ciertos signos de alarma, oigo decir que la clase política se ha distanciado del pueblo. Como si eso fuera algo nuevo.
Llevamos muchos años inmersos en esa tónica. Los políticos hacen su carrera, que es lo que a ellos les preocupa, y el pueblo, ¡ay, el pueblo!, éste intenta sobrevivir a pesar de los políticos.
Lo que me asombra es que a estas alturas alguien se rasgue las vestiduras por esa brecha entre gobernadores y gobernados. Porque la cosa viene de antiguo.
Era así en el régimen anterior, como es propio de una dictadura. Pero no creamos por eso que fuera Franco el inventor de tal desmembración, porque el mal nos viene de mucho antes.
Así fue también durante la dictadura de Primo de Rivera, sí, aquella en que se hizo famosa la ley de fuga. Pobre del que se cruzaba y le echaban el mal de ojo, pero dejemos eso, que estábamos en el desconocimiento que tienen los de arriba de los de abajo.
Si nos remontamos a la época de Sagasta, ¡Uf! El abismo era aún mayor. La mayor parte del pueblo ni sabía quién les gobernaba, ni mucho que les importaba. Bastante tenían en qué ocuparse para no desfallecer ante la adversidad.
Y si vamos retrocediendo en el tiempo hasta la época de la Inquisición y mucho más allá, a tenor de las crónicas que han llegado hasta nuestros días, la relación entre los dirigentes, que entonces más que dirigente eran prepotentes, nunca fue cordial, sino todo lo contrario.
O sea, que no hay que asombrarse de que los políticos se desentiendan de sus vasallos, que los pobres bastante tienen que bregar para sacar su carrera adelante.

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