Acabamos de regresar de Suiza, y
venimos con una sensación de bochorno indescriptible. ¡Qué imagen la nuestra,
por ahí afuera!
Por cuestiones familiares
visitamos dos o tres veces al año el país helvético, donde además de familia
mantenemos un amplio número de amigos.
Esta vez la vergüenza nos ha
acompañado en cada momento. Algunos nos miraban con lástima cuando nos preguntaban
si la pobreza ya es patente en las calles.
Nadie se explica cómo ha sido
posible dar el vuelco que hemos dado en tan poco tiempo. Un país modélico,
trabajador, entusiasta, honesto… es la imagen que desde la transición se tenía
de nosotros, y que en pocos meses se ha venido abajo.
La gente no necesitaba preguntarnos
a dónde han ido a parar esos miles de millones que han desaparecido, porque las
noticias, al igual que las inmensas sumas de euros, ya no se detienen en la
frontera, y sabe tan bien como nosotros, si no mejor, de esos sueldos astronómicos
de los dirigentes de bancos, de sus escandalosas indemnizaciones, de los
privilegios de los políticos, de la corrupción en general… Y del pavor al
trabajo.
Nos ha parecido que esa imagen
que desde la transición se mantenía en Suiza de nosotros, tal vez estaba injustamente
elevada, como exageradamente baja la que se han formado ahora de nosotros. Aunque
motivos tienen para ello. Porque un hecho es que los suizos sí conocen dónde se
encuentran gran parte de esos miles de millones que han desaparecido de nuestro
suelo patrio. Cantidades que fluyen en sus arcas y que no provienen precisamente
de los empleados y asalariados con nóminas ajustadas para ir cubriendo más mal
que bien las necesidades más elementales para llegar al final del mes, como es
fácil comprender, sino de esos privilegiados que cuando hablan solo es para
confundir a las personas honradas haciéndoles creer que todos somos iguales
ante la ley y que todos disfrutamos de las mismas oportunidades.
Lo peor ahora es que con la
imagen rota y la credibilidad por los suelos, es comprensible que ya no confíen
en nosotros y duden del uso que los banqueros nacionales hagan de esos
capitales que Europa pone a su disposición para reflotar la economía nacional.
Aquí en España, donde tenemos la
confianza en las élites más deteriorada aun que la tienen en Suiza, no esperamos
heroicidades de ellos, desde luego. Es más, muchos nos tememos que ese dinero
servirá para enriquecer aun más a los enriquecidos, lamentablemente.
Y por si la cuestión financiera
no fuera suficiente para alarmar y poner los pelos como escarpias a aquella
gente, viene a poner la guinda la anécdota de la casa real con sus elefantes,
sus amoríos y la corrupción de los familiares adquiridos.
¡Qué clase dirigente la nuestra!
Lo dicho, uno que sabe lo que se
guisa aquí en casa y sufre por ello, le duele en el alma que los demás se lo
hagan sentir, porque además de dolor produce vergüenza.
Y se trataba de un viaje de
vacaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario