Buscar este blog

domingo, 2 de noviembre de 2014

¿LA CAÍDA DE LOS MUROS? por Salvador Moret

¿Se acuerdan ustedes las caras de asombro que poníamos allá por los primeros años noventa?
Sí, cuando tras muchos años de incógnitas, dudas y especulaciones acerca de lo que existía más allá del telón de acero, por fin tuvimos acceso a la realidad de lo que allí se había cocinado, y, ¡oh, espanto! Lo que descubrimos nos horrorizó.
Hasta entonces, el mundo occidental estuvo dividido en cuanto a las bondades del comunismo. Unos las ensalzaban, o más justo sería decir que las exageraban, y otros las negaban rotundamente. Cabe advertir que ni unos ni otros tenían motivos para defender sus teorías; hablaban sin conocimiento de causa, más bien guiados por la pasión. Porque las autoridades soviéticas sí que sabían lavar los trapos sucios en casa.
El hecho de haber sido un soviético quien primero saltó al espacio; las medallas que conseguían los atletas de los países comunistas en las competiciones internacionales; los rumores que corrían de lo avanzados que estaban aquellos países – que automáticamente se traducía en qué bien vivían –  todo ello contribuía a tenernos en vilo provocando interminables discusiones a favor y en contra de ese hipotético bienestar, hasta el punto que, incluso los que no creían en el comunismo, y pese a sus feroces discusiones, tenían sus dudas.   
Y cuando se desmoronó el tan vergonzoso y denigrante muro, el mundo comunista sufrió una hecatombe, y su ideología, tambaleante, amenazó desmoronarse con el mismo estruendo que los bloques del denostado muro. Los comunistas más prudentes, los menos, hay que reconocer, se retiraron a sus cuarteles de invierno avergonzados.
Los más, los no tan juiciosos, por aquello que de algo tenían que vivir si querían seguir viviendo sin demasiado esfuerzo, fueron acomodándose bajo otras siglas, y como para éstos la ideología cuenta menos que ir contra lo establecido, como bien ha demostrado el correr del tiempo, siguieron con su labor de emponzoñar y defender lo indefendible.
Ejemplos los hay en abundancia, Corea del Norte, Cuba, Venezuela. Esos paraísos cuyos defensores declaran que son la vanguardia del progreso y bienestar del pueblo, donde no existe el paro, y la sanidad y la educación son servicios gratuitos para todos, pero se olvidan de mencionar que no pueden ir a la tienda porque no hay nada que comprar y, naturalmente, hacen oídos sordos ante las denuncias de los oponentes cuando alegan  que a pesar de tantos beneficios nadie quiere ir a vivir allí. En fin, el dilema de siempre.
Por eso, el día que se desmorone el paralelo 38, o cuando podamos beber un cubalibre, verdaderamente libre, o los venezolanos puedan decir alto y claro lo que piensan – que no lo duden, ese día llegará, simplemente porque no hay nada eterno – y nos enteremos de lo que realmente sucedía entre muros, probablemente nos horroricemos de nuevo, y volvamos a asombrarnos.

Y es que el hombre, muy a menudo, se resiste a creer lo que está viendo. De lo contrario no tendría tanta aceptación los cantos de sirena que nos adormecen los oídos. Tal vez sea por eso que necesitemos llevar siempre encima una punta de lápiz, por corta que sea, porque siempre será más larga que la memoria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario