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martes, 30 de septiembre de 2014

LA HISTORIA por Salvador Moret

LA HISTORIA
Se contaba que un mentiroso una mañana, cuando regresaba del puerto, con grandes aspavientos iba diciendo que acababa de ver un tiburón de quince metros y más de cuatro toneladas de peso.
Los que les escuchaban, extrañados, manifestaban que no querían perderse esa curiosidad, y todos, sin excepción, se iban hacia el puerto a ver al monstruo.
El mentiroso reía como un canalla.
Por la tarde vio que la gente andaba alborotada, contando que se había visto un gran monstruo en el puerto. Nadie lo había visto, pero nadie ponía en duda que fuera cierto. Y lo decían tan convencidos que al mentiroso le picó la curiosidad. Y al puerto que se dirigió a ver al monstruo.
Anécdotas como esta las estamos viviendo cada día. Suceden de continuo, porque pocos analizamos qué grado de veracidad tienen las barbaridades que nos cuentan. Se lanza al aire un rumor y cuando éste, al día siguiente, bien sazonado regresa al autor, el rumor ha dejado de serlo para convertirse en un suceso, de tal forma que nadie, ni siquiera el mismo autor del bulo, lo pone en duda.
La credulidad del inocente es inaudita. Tanto como la del ignorante. Y como el afán de protagonismo está en la naturaleza humana, cada disparate que oímos nos falta tiempo para ir a contarlo al más próximo. Naturalmente con una buena parte de cosecha propia.
Si esta reflexión la extrapolamos a nuestro cotidiano ir y venir por la vida, probablemente también usted se haya preguntado en más de una ocasión: ¿cuánto de realidad hay en las historias que nos cuentan cada día? ¿Y cuánta verdad existe en la Historia que nos han contado? O planteado a la inversa. ¿Cuántos sucesos de la Historia se nos han ocultado?
Seguramente habrá de todo, sucesos que por intereses, siempre por intereses, nunca salieron a la luz, y otros, y esto es lo más alarmante, con una mínima parte de realidad, se nos ha montado una gran historia.
La Historia está plagada de aberraciones, pero por desidia, tal vez por comodidad, asumimos lo que dicen los libros con la mayor naturalidad. Y no nos extrañemos, puesto que a menudo oímos: “lo ha dicho la tele”, dando valor de veracidad indiscutible al comentario, simplemente porque lo ha dicho la tele.
Sucede lo mismo con los libros; tampoco nos paramos a analizar qué grado de veracidad contienen las historias que nos cuentan, no de aquellos que ya de antemano nos advierten “ficción”, no, sino de esos otros que con cuatro datos más o menos adaptados a lo que interpretamos como sucedido, nos anuncian Histórico.
Es un atrevimiento de insensatez enorme no poner en tela de juicio la Historia. Por varias razones. Pensemos, por ejemplo, cómo se desvirtúa la realidad con las traducciones. Pero lo que más adultera la verdad son los intereses, siempre los intereses. Ese afán de aportar al suceso nuestro punto de vista.  
¿Quién no conoce ese dicho popular que afirma que la Historia la escriben los vencedores? Pues, eso.
Lo malo de esta cuestión es que, al final, como en la anécdota del inicio, los mismos embusteros acaban creyéndose la mentira.


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