Los famosos cuentos que
durante muchos años han sido la delicia de los niños y orientación de una
moralidad ejemplar, de pronto nuevas formas y nuevos criterios se pronuncian en
contra y nos dicen que todo aquello era falso, engañoso y manipulador de masas.
Los siete enanitos ni eran trabajadores ni bonachones, sino fornicadores
rayando en lo sádico, y Blancanieves, ay, poco menos que una prostituta. Y
Caperucita, la pobre, de inocente muchachita como la creíamos, de pronto
resulta que era una seductora que con sus zalamerías seducía al lobo. Y del
flautista de Hammelin nos dicen…
En fin, todo aquello que nos
enseñaron y que años más tarde enseñamos, un engaño. Varias generaciones
viviendo en el error. Tantos años transcurridos, y, ¿cómo nadie se dio cuenta
del equívoco? ¿Cómo fue eso posible? ¿O tal vez el equívoco es la visión
actual?
Probablemente estamos
rizando el rizo, como suele decirse, y podría ser que la falta de imaginación y
escasa originalidad que nos envuelve y nos incapacita para nuevas ideas, nos
remolca a entretenernos en sacar punta a los descubrimientos que otros nos
legaron.
Ocurre otro tanto con muchos
pasajes de la Historia. Durante muchos años nos han enseñado epopeyas de
nuestros antepasados y ahora, para nuestro desengaño, surgen teorías que vienen
a deshacer todo el encanto con el que nos habíamos recreado.
Al contrario que en el caso
de los cuentos, que solo es ficción, nos enteramos ahora que aquellas
heroicidades que creíamos, resulta que escondían aspectos no tan heroicos y a
menudo deleznables.
Muy de lamentar eso de que
según el gobierno de turno, en base a su forma de pensar, o por sus intereses,
o tal vez por motivos varios que quedan lejos de nuestro entendimiento, la
Historia nos llega cercenada, para resaltar hasta la exageración una parte, la
conveniente, la interesada, que solo transmite media realidad, porque la otra
mitad que ocultan no aporta beneficios para sus teorías, o peor, que las
pudiere perjudicar, lo que nos lleva al común mortal a transitar por la vida
con la mayor ignorancia.
Es cierto también, y así hay
que reconocerlo, al contrario que en los cuentos, que en los hechos históricos,
en las gestas, no es fácil separar el blanco del negro. Lo repudiable, sin
embargo, es ocultar deliberadamente la realidad, no importe los motivos.
Así tenemos, por ejemplo, el
descubrimiento de América, que muchos y durante muchos años hemos creído como
la grandiosa gesta del estado más poderoso de la Tierra en aquel entonces, que
con las mejores y más nobles intenciones quiso enseñar y cristianizar a
aquellos pueblos ignorantes, mientras que a esa primera parte, las nuevas
teorías añaden el avasallamiento que se exigió a aquellos pueblos, no tan
ignorantes, y el expolio al que fueron sometidos.
Otro tanto sucede con la expulsión
de los judíos, que durante muchos años, nada menos que quinientos, se nos ha
estado diciendo la acertada decisión para bien de España y del cristianismo, y
ahora aparecen teorías que, muy al contrario, nos dicen el gran error, cultural
y financiero, que se cometió con aquella política equivocada.
Hay muchos episodios en
nuestra Historia que tal vez por sí mismos no sean dignos o indignos, sino que
son reprobables porque se nos cuentan con criterios interesados.
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